El trabajo “invisible” de las mujeres
Tengo presente el vídeo de un par de niños que juegan en un antejardín y tienen una sencilla conversación sobre el quehacer de sus respectivas madres:
-¿Y tú mamá qué hace? Pregunta uno.
-Nada, ella se la pasa en casa, responde el otro.
Enseguida, las imágenes rápidas de una mujer que se levanta a las cuatro de la mañana, corre a la cocina a preparar el desayuno, bate el chocolate, levanta a los niños para ir a la escuela, alista la mesa, ayuda a la pequeña con el peinado, sirve el desayuno del padre que sale a su jornada laboral, prepara las loncheras y despacha a los niños a la escuela y demás…
Esa respuesta infantil de “nada, se queda en casa”, casi naturalizada contrasta radicalmente con el aporte del trabajo de cuidado que realizan millones de mujeres y que comprende actividades materiales y que implican dedicación de tiempo y un involucramiento emocional y afectivo. Este trabajo significa un aporte en Colombia de alrededor de 232.807 miles de millones de pesos, mayor que el que cuantifica el sector del comercio, el cual representa un ingreso de 89.988 miles de millones (DANE, Cuenta Satélite Economía del Cuidado, 2013).
Es decir, que el trabajo doméstico y de cuidados representa el 20,5% del valor total de los bienes y servicios producidos en el país. Las mujeres son quienes más aportan en esta actividad con un 79%. Según la Encuesta de Calidad de Vida (2016) cerca de 8.483.000 mujeres de 12 años y más declararon como su actividad principal la realización de oficios del hogar.
Datos de la Cuenta Satélite de Economía del Cuidado (DANE, 2017), indican además que las mujeres tienen una sobrecarga semanal en promedio de 10 horas más que los hombres dedicadas a la labor de cuidado que incluyen alimentación, mantenimiento de vestuario, limpieza y mantenimiento del hogar, entre otras. Encuestas anteriores (DANE, 2013), resaltan que las mujeres urbanas dedican en promedio más del doble del tiempo dedicado por los hombres al trabajo de cuidado; en tanto que las mujeres rurales, triplican este tiempo.
Los imaginarios arraigados por la cultura patriarcal de que el trabajo de cuidado, además de ser invisible no vale y tampoco cuenta, está sustentado en mitos relacionados con los roles de género, como que el cuidado implica labores típicamente femeninas que sólo deben hacer las mujeres. Lo anterior redunda en una sobrecarga de trabajo para las mujeres que se traduce en su deterioro físico, mental y de calidad de vida. Vemos que cada vez más hombres, como es su responsabilidad, se involucran en estas labores y la meta es que el trabajo en casa se comparta, se democratice.
El mito de que las actividades de cuidado en ningún caso pueden ser consideradas como trabajo y no generan valor económico queda desvirtuado por el estudio que hace el DANE, originado en la Ley 1413 de 2010 que obliga al Estado a incluir la economía del cuidado en el sistema de cuentas nacionales para medir la contribución de las mujeres al desarrollo social y económico y diseñar las políticas públicas que de allí deriven. Como lo mencioné arriba, el DANE ya cuantificó este aporte que hoy representa el 20,5% del PIB.
Sin embargo, a pesar de que este trabajo es el que más aporta al PIB, el Estado aún no desarrolla políticas públicas al respecto que puedan ayudar a descargar a las familias, y en particular a las mujeres, de estas labores de producción y reproducción social, al contrario, el sistema de salud, por ejemplo, cada vez más pone en los hombros de las familias el cuidado de enfermos y convalecientes. Pasa lo mismo con la labor que asumen las madres comunitarias que realizan la labor de cuidado de niños y niñas de los sectores menos favorecidos en precarias condiciones laborales.
Las mujeres tenemos los elementos para seguir insistiendo en que el Estado cumpla con la ruta para la construcción de un Sistema Nacional de Cuidado en Colombia que implica además de reconocerlo y cuantificarlo, diseñar e implementar políticas públicas pertinentes que permitan reducir la sobrecarga laboral de las mujeres y asumir la corresponsabilidad en la producción y reproducción social de la casa que sostiene la vida, aporta al desarrollo y produce riqueza y valor.