No queremos una guerra perpetua
David Grossman, connotado escritor y pacifista israelí, quien perdió a su hijo cuando prestaba servicio militar obligatorio en el año 2006 durante la guerra entre Israel y Hezbolá, visita por estos días nuestro país para participar en Hay Festival. En entrevista concedida a la revista Semana, al referirse de manera particular a los países que viven un conflicto armado prolongado, como es el caso de Israel y de Colombia, expresaba lo siguiente: «Durante los conflictos, en especial los muy largos, la gente empieza a creer que no hay otro camino, que están condenados a vivir en medio de la tragedia por toda la eternidad» y agrega «las partes interesadas en los conflictos establecen un lenguaje violento que es cárcel y que no permite que se resuelvan las diferencias».
Las palabras de Grossman tienen enorme pertinencia hoy en nuestro país, porque nos alertan sobre lo que significa vivir condenados a la tragedia de la guerra eterna. Condenados a vivir en medio del miedo, la inmovilidad, el odio, donde las palabras y los gestos violentos, resultan tan efectivos como un fusil, una granada, una bomba.
Al leerlo pensaba cómo han calado entre nosotros las palabras amenazantes y las acciones violentas de los llamados otrora, por Otto Morales Benítez, «los enemigos agazapados de la paz». Hoy en Colombia, después de casi treinta años, estos enemigos atacan la paz no de manera solapada y clandestina, lo hacen de frente con gran cinismo y amplia resonancia en medios de comunicación.
Son aquellos quienes de manera desafiante y pública declaran que no hay otra salida que continuar esta terrible guerra, la cual prometieron acabar hace 10, 8, 6, 4, 2 años y cuyos resultados han sido miles y miles de colombianas y colombianos muertos o desplazados. Expresiones estridentes y amenazadoras como las de Álvaro Uribe o las de José Félix Lafaurie, por nombrar solo a dos de sus más caracterizados exponentes, producen no solo miedo, sino indignación.
Y es que de manera especial, ha sido el gremio de los grandes ganaderos del país, el que de tiempo atrás ha presentado la prolongación del conflicto armado y la guerra como la única salida a tanta pobreza y desigualdad. Aún recuerdo como en sus asambleas en tiempos de Jorge Visbal como su directivo y Álvaro Uribe Vélez como presidente, el primer mandatario era recibido por muchos de los afiliados de Fedegán, con los puños cerrados y los brazos en alto, a la manera del saludo que los alemanes le presentaban a su Führer.
Por supuesto que no son solo ellos los enemigos de la paz, pero en especial están quienes forman parte del movimiento de ultraderecha Puro Centro Democrático, que convertirán en bandera su discurso anti-proceso de paz y en obsesión, su cruzada antiterrorismo. Muchos de ellos han pretendido hacerle olvidar a Colombia que lo que tenemos es un conflicto armado y que por ello la guerra exige cumplir unas reglas a todos los actores. Volverá entonces el todo vale, para destruir a «las far», donde el cuentico del cumplimiento de lo dispuesto en el Derecho Internacional Humanitario y el respeto a los Derechos Humanos seguirá siendo el gran obstáculo para derrotarlas.
Y es que como dicen, la política es dinámica, Santos el más eficiente ministro de la Seguridad Democrática, se ha convertido en palabras de Uribe, en un canalla y redomado mentiroso. Uribe a su vez ha pasado de ex-presidente a rufián de esquina, este lenguaje violento, tan propio de los tiempos de guerra, como nos dice Grossman, cumple la función de encarcelar y de negar la diferencia. Es el lenguaje de los guerreros. Es tiempo para que Santos marque la diferencia.
Pues bien, a todos los guerreros y de manera especial a los enemigos de la paz les decimos: no queremos una guerra perpetua. A quienes expresan que van a jugar todas las cartas, léase bien todas las cartas, para que el uribismo recupere de nuevo su poder, hoy les recordamos que a la auténtica política, como escribía Kant, le es imposible dar un solo paso sin haber rendido antes un homenaje a la moral ¿qué harán los guerreros del Puro Centro Democrático para cumplir con esta implacable sentencia?
Columna para el periódico La Patria