Los niños que fuimos… los niños que seremos
Los niños que fuimos: huellas de la infancia en Colombia, es el nombre de la exposición que por estos días se presenta en la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, y que nos permite al recorrerla, reconocer siguiendo una línea del tiempo, desde muy diversas expresiones: documentos, libros, fotografías, pinturas, objetos, reconocer las huellas de lo que ha significado desde la época de la conquista y la colonia hasta mediados del siglo XX, ser niño o niña en Colombia.
Al asomarnos a través de juguetes, cuadros, fragmentos biográficos, cartillas, a algunas de las dimensiones de la vida cotidiana de niñas y niños, se puede ratificar la enorme brecha que desde los tiempos de la conquista ha existido entre el niño africano vendido en un mercado en Cartagena; el niño indígena confinado en un internado religioso; el niño del chircal que trabaja en las ciudades coloniales entre el barro y los asfixiantes hornos y aquellos cuya condición social, cultural y económica les permitió educarse con un maestro particular o asistir a una escuela, contar con tiempo para el juego y para el reposo, es decir crecer en medio de los cuidados familiares y hasta recibir en su cumpleaños como regalo «un negrito o negrita», quienes pasaban a ser sus esclavos.
Muchas transformaciones en torno a la niñez se han producido en los 500 años que median entre las condiciones de vida de estos niños indígenas, afrodescendientes, mestizos y blancos del siglo XV y la emergencia de lo que la profesora argentina Ana María Fernández denomina «el sentimiento moderno de la infancia», emergencia íntimamente ligada con los cambios producidos en las últimas décadas en nuestros países como: los procesos de industrialización que trajeron consigo una tajante diferenciación entre el trabajo productivo y reproductivo, y la división entre la esfera de lo público y de lo privado; el tránsito de la noción de casa a la de familia con sus cambios en la organización social de la vida cotidiana, los roles de hombres, mujeres y niños y por último las significativas transformaciones en las instituciones sociales, en especial en la escuela.
Todo ello hará que cobre sentido el concepto de niñez, como una etapa clave vinculada al llamado progreso de las sociedades. Se pasa entonces de ser considerado como un «adulto en miniatura», un menor, un objeto de control, a ser sujeto de derechos prevalentes y un ciudadano en formación.
Pues bien, a pesar del tiempo transcurrido y de que hoy Colombia cuenta con una amplia normatividad que busca garantizar sus derechos, existen hoy regiones del país o sectores en las grandes ciudades donde niñas y niños continúan siendo blanco de la explotación, el dominio, la pobreza, la guerra y la muerte.
Por ello observamos con estupor, frustración e indignación, el informe que el pasado 5 de febrero presentó el Director del Instituto de Medicina Legal, en el cual se registra la muerte violenta de 183 niños, niñas y adolescentes, durante solo el mes de enero del presente año, de las cuales 71 fueron homicidios. De igual manera indigna el saber que el número de sus muertes en el año 2012, estuvo en un 50% por encima de las ocurridas el 2011. La muerte de cada uno de estos niños, representa dolorosas pérdidas para madres, padres, hermanos, abuelas y familias enteras, y por supuesto para toda la sociedad colombiana. Cuántas alegrías esfumadas, sueños frustrados, duelos profundos.
El caso de Alisson Lisette de 11 años, quien murió por una bala perdida en el Barrio Manrique de Medellín, o Lesy Torres, de 6 años, quien en circunstancias similares murió en su casa en Montería, los 12 niños y niñas muertos en diferentes hechos en Córdoba, de los cuales tres se quitaron la vida. Raptos de bebés, violencia sexual, reclutamiento forzado, trabajo infantil, parecería que el tiempo no pasara para muchos de nuestros niños, sus condiciones de vida siguen siendo similares a la época de la conquista o la colonia. Cuidar y proteger su vida es una enorme responsabilidad entre el Estado, las familias y la sociedad. Si hoy muchos de ellos no tienen presente, tampoco habrá futuro.
Columna para el periódico La Patria