Al tablero los responsables de la justicia juvenil
Muy buenos días para todos y todas. Quiero darles la más cálida bienvenida a este recinto del Salón Boyacá en donde en la mañana de hoy llevaremos a cabo una audiencia para escuchar las principales conclusiones del informe que un grupo de expertos que laboran tanto en instituciones del Estado como en organizaciones de la sociedad civil, y quienes con enorme sentido de responsabilidad social han venido trabajando de manera rigurosa, en la evaluación del Sistema de Responsabilidad Penal de Adolescentes, el SRPA que rige en nuestro país. La gran conclusión de este informe, como el de todas las instituciones que han hecho evaluaciones es que este sistema hoy en día no está operando y sí está expresando fallas de todo tipo en su articulación y aplicación.
Quizás para muchos de ustedes esta sea la primera oportunidad de asomarse a uno de los recintos en donde funciona el Congreso de la República. Quizás al hacer su ingreso al Capitolio o al recorrer sus pasillos hayan leído una divisa que señala que “aquí vive la democracia”. Tal vez muchos de Ustedes, como reflejan las encuestas sobre confianza en las instituciones, alberguen grandes y muchas veces fundamentadas dudas sobre tal afirmación. Esas dudas me han asaltado en distintos momentos, antes y después de mi llegada al Congreso como Representante a la Cámara por Bogotá. Y creo no equivocarme al pensar que otro tanto le habrá sucedido a mi colega y también convocante de esta audiencia, el Dr. Germán Navas Talero.
Pues bien, eventos como el que hoy nos reúne nos devuelven la confianza en que sí es posible trabajar desde este Congreso de la República para abordar el estudio serio de los grandes problemas nacionales, de la mano de hombres y mujeres que contribuyen con su conocimiento, con su experiencia, en la búsqueda de soluciones factibles a tales problemáticas. La divisa adquiere entonces un sentido distinto. De una afirmación lacónica se trasforma en una posibilidad: “Aquí puede vivir la democracia”, o expresado de otra manera, aquí podemos y debemos hacer que nuestra democracia se vaya perfeccionando para que deje de ser un enunciado vacío y se llene de contenido. Para que los colombianos y colombianas podamos abordar nuestros conflictos sociales más profundos e ir construyendo una solución que responda a los intereses de las mayorías.
Esta audiencia es entonces, en sí misma, un motivo de alegría para quienes nos encontramos hoy reunidos. La misma es el resultado de un triunfo, transitorio como sucede en estos ámbitos y que por tanto debemos defender con ahínco quienes compartimos sus fundamentos. Durante el trámite del proyecto de Ley de seguridad y convivencia ciudadana aprobada en el primer semestre de 2011 con la participación activa y el apoyo de muchas de las personas que hoy nos acompañan logramos mantener incólume un principio básico de la justicia penal aplicable a los adolescentes y jóvenes que entran en conflicto con la ley. El principio de que el sistema y sus penas tienen un enfoque diferencial y una función de reparación, de pedagogía y resocialización. Y que no cabe dentro del mismo la aplicación de penas de prisión que se cumplan en cárceles, sino de penas privativas de la libertad que deben aplicarse en instituciones especializadas en brindar las condiciones para que las mismas puedan cumplir sus cometidos. Dicho en otras palabras, con el apoyo de muchos de Ustedes logramos evitar que nuestros adolescentes que entran en conflicto con la ley, terminaran ingresando en esas escuelas del crimen organizado en que, para vergüenza de nuestra sociedad, se han convertido las cárceles para adultos. Evitamos, por medio de argumentos, documentos, cifras, debates, entrevistas que la democracia deliberativa primara ante el populismo punitivo.
Esta preocupación sobre el presente y el futuro de nuestros niños, niñas y adolescentes es una verdadera preocupación existencial en el sentido que ha ocupado buena parte de mi propia vida. Y de la de muchos de Ustedes. Años atrás pudimos encontrarnos con muchos de quienes hoy nos acompañan y a quienes he aprendido a considerar más que como compañeros de luchas, como verdaderos amigos y amigas. Desde la Fundación Restrepo Barco; a través de la Alianza por la niñez en Colombia; en los días en que tuve la oportunidad de orientar la gestión del entonces Departamento Administrativo de Bienestar Social, hoy Secretaría Distrital de Integración Social; y más recientemente en los días, que recuerdo con cariño, de mi trabajo desde la Decanatura Académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana en Bogotá, he tenido el privilegio de conocer a un gran número de personas maravillosas con quienes compartimos la preocupación por la falta de oportunidades, por la situación de indiferencia y de franca exclusión a que están sometidos muchos de nuestros niños, niñas y adolescentes.
El contexto paradójico en el cual viven hoy en día millones de jóvenes en América Látina y en particular en nuestro país, es caracterizado en un estudio que realizó la Cepal en el año 2004, en los siguientes términos:
-Hoy muchos adolescentes y jóvenes tienen mayor acceso a la educación y al mismo tiempo menos empleo.
– Son más aptos para enfrentar el cambio productivo, pero están más excluidos del mismo.
-Tienen más expectativas para logar su autonomía, pero menos opciones para materializarlas.
-Asisten a una multiplicación del consumo simbólico, pero a una enorme restricción del consumo material.
-Tienen más acceso a la información, pero en muchas ocasiones cuentan con menor capacidad para desplegar prácticas de poder.
La vida de nuestros jóvenes ya no sólo en Latinoamérica sino en muchos lugares del mundo se desarrolla entre drásticas reformas a las políticas sociales, la precarización del trabajo, la desregulación de las políticas económicas, la privatización de recursos estratégicos de los países , la imposición de los intereses de las grandes multinacionales, el predominio del dinero, pero al mismo tiempo , y en especial en los últimos años, su vida se desarrolla también en medio de luchas políticas por la educación, la salud, el trabajo, la cultura.
Hace unos días, reflexionando sobre estos temas en una columna publicada por el diario La Patria, señalaba que nuestros jóvenes son verdaderos sobrevivientes en medio de una sociedad que a muchos de ellos, les ha dado la espalda. Con sus cortos año, han tenido que superar múltiples obstáculos en la Vida. En primer término porque el nuestro es un país en donde existen niveles muy altos de maltrato y desatención infantiles. Un millón de niños menores de cinco años no tiene acceso a la atención de primeria infancia, noventa de cada cien mil menores de edad son víctimas de maltrato infantil generalmente al interior de sus propias familias que reproducen así su propia experiencia. Una cadena difícil de romper, más aún si el Estado y la sociedad no brindan el apoyo necesario.
Recordemos que un 7% de nuestros niños y niñas tiene que trabajar. Es decir, de 17 millones de niños, niñas y adolescentes colombianos (DANE) 1 millón trabaja, otro intolerable! Este porcentaje, alto de por sí, esconde el hecho que la cifra en las zonas rurales, con los más altos niveles de pobreza, es el doble que en las zonas urbanas en donde vemos a diario cuadros dramáticos que parecen salidos de una novela de Dickens.
No hay que olvidar que la tasa más alta de desempleo la tienen los jóvenes entre 14 y 26 años con un 17% (DANE) y, aún más grave, las jóvenes mujeres tienen una tasa de desempleo aún más alta: 23%. La tasa de desempleo del país es del 9,8%. Es decir, el desempleo de las mujeres jóvenes colombianas es más del doble que el desempleo promedio de Colombia.
Por supuesto la necesidad de trabajar les impide acceder o mantenerse en el sistema educativo del cual están ausentes casi la mitad de quienes trabajan, 3 de cada 10 jóvenes de 16 años no están en el sistema educativo. La deserción en noveno grado por parte de los adolescentes es del 30%. Las razones que dan son por “altos costos educativos o falta de dinero” (25%) y porque “no le gusta o no le interesa el estudio” (20%) (GEIH 2007). Ambas razones dependen más de la escuela y el Estado que de los estudiantes. Me pregunto, ¿Cuál es el beneficio para un joven de 12 a 16 años, perteneciente a las poblaciones vulnerables, de NO seguir en el colegio y graduarse de bachiller? Obtener unos beneficios económicos transitorios dentro de la informalidad y posiblemente la ilegalidad.
Por otro lado, los colegios privados son cuatro veces mejores que los colegios oficiales. Los estudiantes de colegios de ricos tienen los mejores resultados en las Pruebas ICFES y, son estos estudiantes, los que logran terminar los estudios de educación superior (60% de los estudiantes con resultados bajos en el ICFES-los pobres-no se gradúan de las universidades). Hay un modelo donde los ricos tienen acceso y los pobres no tienen oportunidades. Los jóvenes pobres son excluidos en muchas ocasiones de la posibilidad de desarrollo individual y de aportar al desarrollo del país. En resumen, los jóvenes y adolescentes de este país, en su mayoría, no tienen oportunidades culturales ni educativas de calidad, sobre todo los pobres.
En un país con los inaceptables niveles de desigualdad, las diferencias en la calidad educativa explicadas por la situación económica y las variaciones regionales contribuyen a ahondar esa inequidad. Según estudio de la Cepal y la Organización Iberoamericana de Juventud, en Colombia el que un joven muera asesinado, es 5 veces más probable que en cualquier país de América Latina, el 75% de sus muertes son violentas, y de 16.000 homicidios ocurridos en el 2009, el 60% fue de jóvenes.
En medio de un panorama tan difícil, reflejo de la incapacidad de las familias, de la sociedad y del Estado de brindarles las oportunidades que ellos necesitan, no debe sorprendernos que algunos de nuestros jóvenes hayan incurrido en conductas contrarias a la ley. Los delitos cometidos por ellos están claramente vinculados con la situación de exclusión y marginalidad en que viven: 7 de cada diez son delitos de hurto o microtráfico de estupefacientes. Y no olvidemos que el hoy llamado micro-tráfico es tan sólo el eslabón más débil de una poderosa transnacional con ramificaciones en el sistema bancario y en la política global.
Por otro lado, aún cuando los adolescentes que viven en situaciones de pobreza y que son víctimas de la exclusión educativa, laboral y son víctimas de los homicidios.
Las condiciones de vida de estos jóvenes quienes encuentran sus vínculos más fuertes en sus pandillas, combos, clanes son en palabras de Carlos Mario Perea (2007) “la denuncia más radical en las urbes contemporáneas”. Vivir a toda, llegar muy lejos al precio que sea, vivir en la cultura del atajo para conseguir aquello que se quiere, éstas parecen ser las reglas que guían sus vidas, en una sociedad de mercado donde se exacerban sus deseos y la violencia se convierte en un potente dispositivo para lograr sus fines.
Para responder a esta situación, Colombia cuenta con un Sistema de Responsabilidad para Adolescentes – SRPA cuyo diseño y operación merecen atención urgente. A pesar de que en el papel se declara el propósito restaurativo y resocializador del Sistema, las cifras muestran un marcado incremento en la imposición de sanciones privativas de la libertad y en muchos casos impunidad frente a sus acciones. Como lo señala el profesor Rodolfo Gargarella, en su libro De la injusticia penal a la justicia social: “No basta con echar a la calle a aquel que en la calle suele ser – y previsiblemente volverá a ser- perseguido y vulnerable, sino que se trata de bloquear la posibilidad de que lo siga siendo, de que siga siendo perseguido y marginado”. Para Gargarella, no resulta suficiente aplicar racionalmente una sanción, se trata de que quienes intervienen en el sistema penal, en el caso de los adolescentes y los jóvenes exijan la garantía de sus derechos, impulsando medidas que permitan la inclusión real de los adolescentes y los jóvenes en la sociedad en la cual viven. Lo que requerimos es más política social y menos política penal, como lo dice Emilio García-Méndez.
Hoy vamos a tener la oportunidad de escuchar las principales conclusiones que un grupo de expertos y expertas ha alcanzado sobre la manera como está operando este Sistema en nuestro país.
Vamos a tener también la oportunidad de escuchar, a través de la voz de sus representantes en esta audiencia, la respuesta de las autoridades que hacen parte del Sistema de Responsabilidad Penal de Adolescentes, en relación con su participación en el mismo y los mecanismos de coordinación que hacen posible el logro de sus objetivos.
Esta audiencia es entonces una oportunidad valiosa para abordar con mayor profundidad interrogantes cómo los siguientes: ¿qué sucede con la rectoría del SRPA, y cuáles son sus perspectivas? ¿cómo van a resolverse los graves problemas que presenta la información que alimenta su operación y permite medir su impacto? ¿Por qué razón en los últimos años se ha generalizado la aplicación de penas privativas de la libertad –de 2009 a 2010 la penas privativas de libertad del SRPA se triplicaron-, cuando existen otras sanciones que evitan llegar a la que en una sociedad democrática debería ser la “última ratio”? ¿Qué pasa con la infraestructura y por qué existe hacinamiento en los centros de atención que operan bajo el SRPA? ¿cuáles son sus proyecciones? ¿qué debemos hacer para fortalecer y aplicar el enfoque pedagógico y restaurativo consignado en el Código de Infancia y Adolescencia, que parece sólo es desarrollado en muy pocas instituciones de privación de libertad? ¿aún seguimos creyendo , como se creía en la Cartagena de la Inquisición, que aumentando las penas evitamos el delito y logramos correctivos?
Son muchas las preguntas, y estoy segura que serán muchas y muy interesantes las respuestas que escucharemos de parte de los expertos que integraron la Comisión de evaluación del funcionamiento del SRPA y de las autoridades que hoy nos acompañan. Para todos ellos nuestro reconocimiento y gratitud por la manera seria y responsable como cumplen día a día con una tarea de vital importancia. Y a todos los ciudadanos y ciudadanas que hoy nos acompañan, también a través de las redes sociales y de la televisión, una invitación para que permanezcamos vigilantes sobre un asunto que reviste la mayor importancia, y para que sumemos nuestras voces, nuestra presencia y nuestras acciones para reclamar que los jóvenes de nuestro país, incluidos aquellos a quienes yo llamo coloquialmente “los chicos malos”, tengan una segunda oportunidad en esta tierra.
El año pasado en las multitudinarias marchas estudiantiles se exigió al Estado su reconfiguración social y económica, para poner en marcha una reforma educativa que les permita a estos millones de jóvenes no sólo llegar a la educación superior, de calidad, gratuita e incluyente, sino vivir en un país “del tamaño de sus sueños”. Allí puede estar una de las claves para enfrentar las tensiones y desigualdades dentro de las cuales se dirimen las vidas de nuestros jóvenes colombianos.
Termino con este hermoso texto ya re-conocido de Gabo
“ Quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.
[…] Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética –y tal vez una estética– para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños.” Adolescentes y jóvenes añado yo.