Carlos Gaviria y la ética en la política
No son pocos los homenajes que le han hecho al maestro Carlos Gaviria. No son pocos, pero tal vez nunca serán suficientes para agradecerle por su invaluable legado sobre el ejercicio decente y honesto de la función pública. Esta es mi columna en su memoria, que no tiene otro propósito distinto a resaltar su compromiso con las libertades, los derechos humanos y la ética, esa que tanto le falta a la política y a la justicia.
Carlos Gaviria era un hombre sereno, amigable, siempre dispuesto a escuchar y a enseñar, lleno de dignidad y sabiduría, que supo hacer de la política una obra de arte. Durante su recorrido por la academia, por el Congreso y por la Corte Constitucional, no dio un solo paso sin antes rendirle un homenaje a la moral, como diría Kant. Con un valor agregado: lo de Gaviria no fue un simple discurso; su vida, sus sentencias, sus gestos, sus actos y sus prácticas fueron genuinas y cotidianas, demostrando que no hay nada más cínico que atreverse a afirmar que «la ética no tiene nada que ver con el derecho», como sostuvo recientemente el ilustre abogado del también ilustre magistrado Jorge Pretelt.
Pero las enseñanzas de Carlos Gaviria van más allá de sus virtudes y cualidades humanas. Con su ejemplo, marcó la ruta que debería seguir la izquierda democrática en nuestro país: la unidad en medio de la diferencia y el disenso, porque como diría Hannah Arendt, la verdadera práctica política es el arte de estar juntos los distintos. Sin duda, será necesaria la unidad de la izquierda para conquistar, por fin, un ejercicio del poder realmente representativo, que permita emerger una apuesta ética por una Colombia libre y justa, que enfrente el modelo social, económico y cultural que por siglos nos han impuesto las castas políticas.
Solo de esa manera podremos detener colectivamente tanta violencia, que por años ha dejado millones de víctimas inocentes, en su mayoría niños, niñas y mujeres de escasos recursos. Será la unidad de una izquierda democrática la que nos traiga la paz con justicia social, y así erradicaremos de nuestro repertorio la sed de venganza, el guerrerismo, el autoritarismo y la represión que por estos días vuelven a invocar con fuerza quienes se lucran y benefician política y económicamente con la guerra.
Por eso recuerdo que, como si se tratara de un tenebroso pronóstico de lo que nos esperaba con el gobierno de Álvaro Uribe, en una conversación pública con el profesor Guillermo Hoyos durante la campaña presidencial del año 2006, el maestro Gaviria nos dijo: «(…) La sociedad colombiana ha tenido un esquema reiterado y repetitivo de pedir mano dura, autoridad, incluso dictadura, para responder a situaciones desesperadas, como la que vivimos. Es decir, que la gente parece descreer de la democracia. (…) Hemos conocido incluso dictaduras disfrazadas de gobierno democrático, regímenes dictatoriales que observan los ritos democráticos pero sin ningún contenido democrático. (…) Atribuyo la mayoría significativa del doctor Uribe a un estado de histeria colectiva, donde la gente lo que pide es mano dura».
¿No es acaso lo mismo que está ocurriendo hoy en día, cuando las y los guerreristas de escritorio piden a gritos que se termine de una vez y para siempre el proceso de paz? ¿Cuál es acaso el interés por mantener en funcionamiento una máquina de muerte, represión y victimización que afecta especialmente a las poblaciones más pobres, vulnerables y excluidas? Terminemos más bien la guerra, y con ello haremos el mayor homenaje a la ética y a la moral.
Cuando muere un ser humano tan pulcro y genuino como Carlos Gaviria, recuerdo esta frase que lo retrata de cuerpo entero: «Es el nacimiento y la vida misma lo que nos marca irremediablemente el horizonte, ¡no la muerte!». Su vida fue la mayor expresión de singularidad y pulcritud, cuánta falta nos va a hacer.
COLUMNA PARA EL PERIÓDICO LA PATRIA