¿Cuentas claras en las campañas electorales?
Trasladar la lógica del mercado a la política y, en especial a la política electoral, afecta la democracia, incrementa el poder de grupos mafiosos e intensifica el malestar social de un país.
Afecta la democracia porque los elegidos no representan en muchas ocasiones a la ciudadanía, dado que la elección no está fundada en una deliberación juiciosa. Muchos elegidos, al endeudarse con los poderes económicos o mafiosos para llegar al poder, deben pagar después su deuda: pagan con contratos, con prebendas, con leyes que favorecen los intereses de los «prestamistas» o contratando gente en la función pública que recomiendan estos patrones de la política ¿Qué compromisos hay que hacer para conseguir esta cantidad de dinero? ¿Cuál es el origen de estos recursos?
Incrementa el poder de los grupos mafiosos porque en últimas son ellos los que gobiernan en cuerpo ajeno, dada la inmensa deuda que adquieren los políticos tradicionales. Un ejemplo de ello es lo que ocurre con la denominada «bancada de la salud» en el Congreso, lo cual ha impedido legislar para garantizar la salud como derecho fundamental.
Intensifica el malestar social porque estas personas no llegan a garantizar derechos y a respetar los recursos públicos sino que llegan a usurpar dichos recursos, afectando los derechos de las poblaciones más vulnerables. Hay que decir las cosas por su nombre: esto es corrupción, son acciones ilegales que en Colombia quedan en la impunidad.
En campañas electorales esta dinámica se exacerba y se naturaliza: uno se estrella contra los ríos de dinero que circulan, comprando votos, pagando miles de millones de pesos en cuñas radiales, televisivas, en pancartas, volantes y «beneficios» para la gente.
Las campañas entran en esta lógica y gana muchas veces quien más invierte y no quien más proponga, cumpla y sea transparente. Las campañas austeras, decentes y que acuden al voto vital llevan las de perder ¿Hasta cuándo?, me pregunto yo, ¿hasta cuándo la mayoría de políticos y políticas serán esclavos de las máquinas electoreras?, ¿hasta cuándo circularán ríos y ríos de dinero en la política?, ¿hasta cuándo entenderemos la política como un negocio y como una oportunidad para fregar al otro?, ¿cuándo podremos tener millares de argumentos, de debates, de emociones compartidas y de sueños comunes? Para este 2014 no fue. El voto en muchas regiones del país, cada vez está más caro según informan los medios. Siguen las gatas, las dilian franciscas, los parapolíticos poniendo a políticos o políticas en cuerpo ajeno. Y las autoridades indiferentes, no hay acciones contundentes al respecto. Alcaldes, por ejemplo, denuncian candidatos con vínculos con paramilitares y resultan sancionados por el procurador General, como en el caso de Alonso Salazar.
Un aspecto ineludible para evitar este tipo de malformación política es eliminar los ríos de dinero que corren en las campañas y que en muchos casos provienen de manos asesinas. Valoro las leyes que regulan este tipo de acciones y la resolución 0389 de 2014 del Consejo Nacional Electoral que pone topes a las campañas y exige rendir cuentas claras, día a día. Sin embargo, no vemos acciones decisivas al respecto. Las instituciones estatales responsables deben actuar y sancionar: Fiscalía, Policía, Procuraduría, Contraloría, y la ciudadanía debe denunciar y vigilar.
Por otro lado, el Estado, el cual ya financia de manera significativa las campañas electorales con un tope predeterminado, debe hacer efectiva la rendición de cuentas con criterios objetivos, claros. Quien no rinda cuentas veraces debe responder. Las cuñas radiales y televisivas deben tener una distribución equitativa y gratuita, allí no debe operar la ley de la oferta y la demanda, dado que en ese caso la competencia vuelve a ser mercantil y se distorsiona el sentido de las elecciones.
Para generar esta transformación, el voto vital que nos propuso Antanas Mockus hace algunos años es fundamental. Un voto desatado del clientelismo, bien pensado, no amenazado y mucho menos comprado. Un voto que genere orgullo y sea producto de la autonomía de cada ciudadana y ciudadano.
Necesitamos regulación efectiva del Estado, autorregulación de los políticos y políticas y mutua regulación de la ciudadanía. Para cambiar la política hay que sacarla de la mera transacción económica y llevarla al terreno de la deliberación y la libertad.