Golpe de Estadio por la Paz
Durante estas últimas semanas nuestro país ha celebrado dos buenas noticias: el inicio de los diálogos de paz del Gobierno Nacional con la guerrilla de las Farc-ep y los contundentes resultados de la selección Colombia en el marco de las eliminatorias para clasificación al próximo mundial de fútbol en Brasil. Después de tantas décadas de noticias de horror y dolor, estos dos sucesos han convocado a la sociedad colombiana en torno a la alegría y han hecho renacer una segunda esperanza.
Lo vivido en estos días me ha hecho recordar la película Golpe de Estadio, del director Sergio Cabrera, producida en el año 1998, en la cual se recrean las relaciones entre la guerra y la paz, acudiendo al sentimiento nacionalista que despierta el fútbol en Colombia. En su película el director colombiano de cine y televisión, de manera imaginativa y aguda aborda el problema de nuestro conflicto armado acudiendo al humor y a la comedia como excelentes herramientas para plantear las complejas relaciones entre guerra y la paz. La película se desarrolla en un lejano caserío en los Llanos Orientales, llamado Buenavista, que podría ser cualquier caserío pobre de Colombia, donde una empresa extranjera, Kansas Oil, tiene un campamento de exploración petrolera, el cual es custodiado por autoridades nacionales. La zona de exploración se convierte en el blanco de los ataques de un grupo guerrillero, ataques que se realizan de forma esporádica con el propósito de marcar las frágiles fronteras entre los habitantes del pueblo, los policías, y los integrantes de la guerrilla. Golpe de Estadio, es una historia que pone en escena los distintos elementos de esta guerra colombiana: la explotación extranjera de nuestros recursos naturales, la ausencia del Estado, la pobreza extrema, el contrabando de armas, el apoyo a los grupos insurgentes de países vecinos, entretejida con la historia de amor de una pareja de jóvenes pertenecientes a los dos bandos enemigos.
Los enfrentamientos entre las partes se ven alterados por las eliminatorias al mundial de fútbol del 94 a los Estados Unidos. Al librar uno de estos combates y estando en pleno fragor, se inicia la narración del primer partido para las eliminatorias. De inmediato cambia la escenografía de la guerra, se silencia el ruido de los fusiles, se repliegan los guerreros, toda la atención se centra en el desarrollo del partido de fútbol.
Y será el fútbol y la tregua necesaria que pactan los bandos para poder presenciar el famoso partido Colombia-Argentina, el escenario que permita la cooperación entre enemigos y con sus interrelaciones superar el denominado «síndrome del enemigo», deshacer los mutuos estereotipos que diferencian de manera tajante el bueno y el malo. Emergen así los tonos claro-oscuros de esta guerra y de quienes la encarnan, los cuales en ocasiones pasan de ser victimarios a convertirse en víctimas o al contrario. El partido termina, lo guerreros vuelven a su oficio, pero algo en ellos ha cambiado, han humanizado a su enemigo.
Pues bien, esta parodia de la guerra realizada en la década de los noventa algo puede decirnos sobre escenario actual. Sobre la presencia de la selección Colombia en Brasil, aún queda un trecho por recorrer, se escuchan toda serie de cábalas sobre su resultado final, en todo caso más predecible que el de lograr la paz. En cuanto a los diálogos con la guerrilla, el escenario es aún más incierto. Quienes le apostamos con fuerza a esta nueva esperanza y queremos participar con los ojos muy abiertos en el proceso. Y por supuesto también están quienes posando de «futurólogos del desastre» y aves de mal agüero, no se atreven a pensar lo impensable y vaticinan desde ya un total fracaso. Como nos recuerda Hannah Arendt, ellos nos hacen creer que tienen el total control total sobre los acontecimientos y niegan el carácter abierto e impredecible que tiene la política. Quieren producir un efecto hipnótico con sus apocalípticas predicciones. Por ello resulta urgente despertar de la ciudadanía, para acompañar estos diálogos de paz con los ojos muy abiertos.
La mejor noticia en el mundial de Brasil sería el logro de la paz en Colombia y por supuesto la clasificación de nuestra selección.
Columna de Angela Robledo para el periódico La Patria