Guerras recicladas
Guerras recicladas es el nombre del libro de María Teresa Ronderos, quien acaba de recibir el premio Simón Bolívar como mejor periodista, por la investigación adelantada en torno a la historia del paramilitarismo en Colombia. El trabajo, según Ronderos, es una forma de ver la guerra por dentro, escuchando las voces de las víctimas y los victimarios del paramilitarismo, cruzando estos testimonios con cientos de documentos acopiados desde el 2008 en el portal Verdad Abierta para «aportar luces sobre las fuerzas que permitieron que este se formara, floreciera y perdurara por más de 30 años».
A lo largo del libro su autora documenta las profundas contradicciones de los criminales, al llevar a cabo masacres y desarrollar al mismo tiempo acciones propias del Estado, como fundar escuelas, hospitales, planes de vivienda y propuestas de restitución de tierras, para luego arrebatárselas a los campesinos mediante acciones ilegales y en complicidad con instituciones del gobierno.
Desde la creación de las autodefensas en Puerto Boyacá por parte de Henry de Jesús Pérez (un antioqueño que en sus viajes a Medellín compraba armas y municiones al Ejército para vendérselas a las Farc), se hacen evidentes las relaciones que se empiezan a establecer entre «finqueros recios, de magras fortunas, forjadas solo con su propia audacia y empeño», quienes empezaban a sufrir los rigores de la extorsión, el acoso militar y los secuestros de la guerrilla, con la creación del Frente XI de las Farc, los militares del Batallón Bárbula (creado en época del estatuto de seguridad, bajo el gobierno de Turbay Ayala en Puerto Boyacá) y un grupo de hombres jóvenes, entre los que se encontraba Pérez, dispuestos a defender sus bienes y su vida para enfrentar las acciones del Frente XI de las Farc.
En 1979 este grupo de jóvenes buscaría el apoyo del Batallón Bárbula, a través del Teniente Luis Antonio Meneses Báez, quien después ingresaría a las Autodefensas con el alias de «Ariel Otero». En reunión celebrada con la presencia del alcalde militar Echandía, representantes de la Texas Petroleum Company, ganaderos, políticos, comerciantes, miembros de la Fuerzas Militares, integrantes de la Defensa Civil y el aporte de 200 millones de pesos, se crea el grupo antisubversivo que contiene los elementos sobre los cuales se replicaría el modelo en Antioquia, Córdoba, Bolívar, los Llanos Orientales, entre otras regiones. Su objetivo: enfrentar la guerrilla y continuar la tarea de la lucha anticomunista. Así, las Autodefensas no solo tenían en la mira a la guerrilla, sino también la Unión Patriótica entró a ser parte de sus acciones paramilitares. «Nadie parecía escuchar las súplicas de las organizaciones civiles y de los sacerdotes sobre el asesinato de los líderes civiles».
De esta manera, con el apoyo de la sociedad, los militares, las multinacionales, los dineros del narcotráfico que entran a fortalecer la lucha antisubversiva y un gobierno nacional que cerró los ojos ante la posibilidad de doblegar a la guerrilla y acabar con el comunismo, las autodefensas empiezan a crecer como una mancha macabra a lo largo del territorio colombiano. Su segunda fase de expansión se produce en Amalfi, pueblo de la familia Castaño, en el cual después de haber abandonado la violencia bipartidista no se mataba ni una mosca, pero en el cual Fidel Castaño logra involucrar a su padre y hermanos en la compra fraudulenta y voraz de tierras, para luego involucrarse en la creación de las Autodefensas de Antioquia, que tiñeron de sangre no solo las tierras antioqueñas. Sus alianzas con alcaldes, gobernadores, políticos regionales, ganaderos, militares y policías despertaron el terror en los territorios que dejaban a su paso los Castaño y las llamadas Autodefensas de Colombia.
La lectura de este texto estremecedor me llevó a preguntarme muchas veces si esta era la misma Colombia en la cual yo también había vivido en la década de los 80 y 90. La Colombia de los hornos crematorios, de las masacres, de los miles de cuerpos descuartizados, de las fosas comunes…
Y la respuesta es: sí. Todo esto es el macabro efecto de unas élites que nunca se preocuparon por la suerte de quienes viven en la Colombia profunda; ese vacío propició la expansión del paramilitarismo, por lo cual la guerra y el dolor se concentran allí, a gran distancia de las élites nacionales.
COLUMNA PARA EL PERIÓDICO LA PATRIA