La 23, calle de mis amores
Hace pocos días recibí un mensaje de Diego Ramírez, manizaleño como yo, a quien conozco desde hace muchos años. En medio de la larga lista de correos que recibo a diario, y de los múltiples documentos que debo revisar y preparar para cumplir con mi tarea como Representante a la Cámara, esta breve nota, escrita en el lenguaje llano en que se entienden los amigos, hizo vibrar dentro de mí las fibras de la nostalgia, esa «tristeza por encontrarse lejos del país natal, de algún lugar o ser querido, o que acompaña al recuerdo de épocas y personas a las que uno se siente vinculado afectivamente», según la define el diccionario de la lengua española (Editorial Planeta).
La noticia que traía el mensaje era bien simple, casi obvia para quienes aquí nacimos y hemos vivido un buen tramo de la vida: circula la propuesta de cerrar al tráfico vehicular la Carrera 23, la calle de mis amores. Esa calle larga y angosta, que atraviesa parte del centro de la ciudad y que a diferencia de otras cientos de calles pendientes y ondeantes de una ciudad construida sobre un terreno quebrado de la cordillera central que algún día estuvo cubierto de «piedras de maní», de innumerables y exuberantes yarumos que se resiste a dejarse encapsular en la rigidez de las cuadrículas que traían en sus carrieles los fundadores antioqueños, iba a ser peatonalizada, seguramente atendiendo a claras razones de ordenamiento territorial, de movilidad, y de productividad urbana.
¿Peatonalizada ahora? ¿Solo ahora y como resultado de una decisión administrativa? No. La Carrera 23, esa que lleva hasta una catedral gótica construida, como pocas, en concreto; esa callecita estrecha a través de la cual llegaban a su Club, el Manizales, los miembros de las prestantes familias que se enorgullecen de ser descendientes directos, y legítimos, de don Manuel Grisales, de don José María Osorio, de don Antonio María Arango y de otros tantos que hicieron parte, según se relata en el libro de uno de mis ancestros José María Restrepo Maya, de la expedición que fundó nuestra ciudad en esa epopeya que fue la colonización antioqueña en estas tierras. Patriarcas ilustres que ocupan un lugar privilegiado en la historia oficial en donde se echan de menos las historias, sin duda apasionantes, de las Matriarcas que los acompañaron en sus faenas y contribuyeron cotidiana y significativamente en su propósito de poblar baldíos. Pero bueno, me estoy dejando arrastrar por la nostalgia a tiempos que no fueron los míos, como sí lo fueron aquellos en que recorrí, del lado de mis amigas y mis primas, esa Carrera 23 frente a la pastelería La Suiza, mirando tras los visillos, como en la canción de Serrat, a ese hombre joven que noche a noche forjamos en nuestras mentes. El corazón latiendo fuerte. Las mejillas sonrojadas por el rubor que nace espontáneo de los primeros asombros. Las faldas recogidas, más allá del límite admisible en nuestros colegios femeninos, y los ojos abiertos, casi saliéndose de sus órbitas, tratando de encontrar el momento preciso para propiciar el encuentro con el sujeto de nuestros deseos, esos deseos casi inaudibles bajo la sordina de una moral implacablemente conservadora.
La Carrera 23, la Calle de mis amores. De nuestros Amores. Parte fundamental de esa ciudad que, como dije alguna vez en la presentación de un libro de relatos sobre la vida en el Cartucho, en Bogotá, «ha sido siempre una aventura, un paraíso, un misterio, un territorio colmado de sorpresas y sueños». Manizales, ciudad que al mismo tiempo es cercana y anónima. ¿La carrera 23, ahora peatonalizada por una mera decisión burocrática? No. La 23 la peatonalizamos todos y todas quienes la recorrimos, una y mil veces, palmo a palmo, con la inocencia y la vitalidad de los primeros días de la juventud. Nosotros y nosotras, generación tras generación, hicimos la tarea que ahora quieren algunos reconocer y consagrar en el lenguaje oficial, acudiendo a argumentos técnicos y a la normatividad urbana vigente en nuestra Manizales del alma. Esa calle ha sido nuestro sendero por muchas décadas y seguirá siéndolo ¡Enhorabuena!
Columna de Opinión para el Periódico La Patria