Pedagogía para el plebiscito por la Paz
En el empeño que he mantenido durante años por una salida negociada al conflicto armado en Colombia, hay una postura ética que me lleva a diferenciar claramente entre la búsqueda de la paz como victoria entre vencedores y vencidos y los procesos de negociación de los conflictos armados. Como lo han planteado muchos investigadores, éstos últimos promueven la visibilización de condiciones más horizontales en el conflicto y la emergencia de memorias más plurales, más polifónicas, alejadas de los grandes metarrelatos oficiales de la guerra y más congruentes con una apuesta democrática e incluyente. Emergencia de memorias menos patrióticas y nacionalistas, como lo dice el profesor Iván Orozco, pero más congruentes con el multiculturalismo y con el pluralismo político, más propias de los tiempos que corren.
Para estos días asistimos a la agonía de la industria de producción de víctimas, miedo y dolor. Según informes del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), conformado por un grupo de universidades colombianas, en los últimos meses se ha protegido la vida de cientos de personas: en el año 2013 murieron 211 guerrilleros de las Farc; 173 integrantes de las Fuerzas Militares y 62 civiles. En lo que va corrido del 2016, han muerto: 1 guerrillero, 3 soldados y ninguna persona de la población civil. No logramos imaginarlo nunca, siempre insistimos que era posible, que otras naciones del mundo lo habían logrado. Y ¿cómo no desear el fin de la guerra? por décadas hemos visto desangrar generaciones completas, potencia vital de mujeres y hombres, desperdiciando la posibilidad de estar empujando la nación hacia la modernidad, ésta la perdimos en el campo de batalla.
La tarea en torno al plebiscito que hoy nos convoca, será poder comprender no solo el alcance de los acuerdos de La Habana, sino trabajar desde nuestras profundas diferencias en construir un relato común de lo que significará vivir en una Colombia sin guerra y con justicia social.
Es por ello urgente hacer en cada rincón de Colombia miles de encuentros pedagógicos donde circulen argumentos, sentimientos, emociones y razones. Adelantar una pedagogía generalizada, como la denominaba mi maestro Carlo Federici, donde todas y todos podamos aprender y todos y todas estemos dispuestos a enseñar. Pedagogía como el lugar para la expresión de todas, todas las voces.
– Esto implica en primer lugar estar dispuesto a escuchar, arriesgarse a un verdadero encuentro para aprender y para acordar con el Otro, recordando el sentido etimológico de la palabra acordar: establecer la armonía de los corazones.
– Reconocer que el otro/otra puede ser un verdadero compañero en la travesía hacia la paz. Reconocimiento que propicia la construcción de confianza, libres del “malpensamiento” y dispuestos a sacar lo mejor de cada uno de nosotros.
– Reconocer nuestra clara condición de interdependencia como colombianos: nos necesitamos para reinventar un nuevo proyecto de país. Izquierda, derecha, centro, guerrillas, fuerzas militares, iglesias, organizaciones de la sociedad civil, todos.
– Suspender nuestras certezas, en este caso las certezas que creemos tener sobre la negociación de este proceso de paz y abrirnos a la verdad del otro/otra. Acudiendo a buena información, argumentos claros y veraces, reconociendo nuestras emociones y exponiendo nuestros intereses.
– Mantener una actitud que podríamos llamar socrática: la disposición para el diálogo, la emergencia de preguntas provocadoras, el hablar veraz.
– Propiciar la emergencia de “gestos sistémicos” los cuales en palabras de Patricia Robledo, son gestos que más allá de las palabras, puedan acompañarlas, al producirse en el momento preciso, desbloquean, (des) conectan algo en una situación-problema y generan una atmósfera favorable. Al ocurrir el gesto sistémico se produce el desprendimiento de una posición de sujeto, para dar paso a otra.
– Ante esta enorme polarización que vivimos entre quienes se sienten los más puros y buenos y ven a los otros como malos y asesinos, la salida durante estos años la han planteado muchas de las víctimas y ésta tiene un denominador común, el reconocimiento de una humanidad compartida.
El reto es enorme pero la ilusión es profunda y la certeza creciente de que la paz es la mejor oportunidad para Colombia. La mejor oportunidad para que los jóvenes no tengan que empuñar un fusil. La mejor oportunidad para conocer las verdades que nos deben los guerreros; la mejor oportunidad para transitar hacia la reconciliación, para abrir espacios de pedir perdón, para que las víctimas otorguen ese perdón. La mejor oportunidad para poder vivir en un país distinto, en un país en paz.