Tras la prolongación…Por: Alexander Ramirez
“En tiempos de desorden sangriento, de confusión organizada, de arbitrariedad consiente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar” Bertolt Brecht. Es quizás una de las primeras ideas que podrían tornarse apropiadas para caracterizar el momento en el que nos encontramos en Colombia, pues tras tantas expresiones, debemos reconocer que aún en nuestros intentos de aportar una explicación racional, no podemos evitar descalificar e intentar someter al otro, o sea, de una u otra forma el desconocer al otro como un interlocutor válido ha determinado nuestra forma de interactuar con los demás.
Y es a partir de ahí, desde donde tres generaciones se han visto inmersas como parte de su proceso pedagógico educativo (en las escuelas, colegios, universidades, hogares, la calle, etc.), ¡el someter al otro!, ¿acaso eso no está inherente (aunque no sea su fin) en la confrontación armada? Antanas Mockus dice respecto a esto, “…son muchos más los casos en que la comunicación y el intercambio de argumentos son la condición para una sociedad capaz de autodeterminarse. La escucha activa es clave. También hay que aprender a escuchar los silencios. La comunicación entre personas es el mayor de los reinos de la libertad humana. Pero además, si no aprendemos a oír, no habrá pedagogía generalizada, no habrá permanente mutuo aprendizaje, no habrá sociedad del conocimiento. Son dos las condiciones para que haya pedagogía generalizada: la disposición a comunicar y a expresarse y una disposición aún mayor a oír.”. Hay seres humanos tan gravemente lesionados por algún agravio, por una muestra de desprecio, por una humillación que para éstos sea tan severa, que los conduce a un cierre definitivo sobre sí mismos. Bajo ciertas condiciones sociales, es posible generalizar este condicionamiento y fragilidad para que un solo grito nos pueda condenar a una sordera involuntaria y permanente.
La guerra ha sido la herramienta más eficaz para reproducir estos efectos, de acuerdo al estudio de Edgar de Jesús Velásquez Rivera en Historia del paramilitarismo en Colombia, los franceses en el contexto de la política colonialista y de represión a los movimientos independentistas de sus colonias de Indochina y Argelia, crearon organizaciones paramilitares o escuadrones de la muerte como estrategia contrainsurgente. La Batalla de Argel –en el marco de la independecia de Argelia, 1956-1957, que era colonia francesa desde 1830- llegó a ser un modelo de la guerra contrarrevolucionaria a partir de los escuadrones de la muerte. Desde mayo de 1958 las técnicas de la Batalla de Argel comenzaron a enseñarse, primero desde 1958 en la Escuela de Guerra de París, donde los primeros alumnos fueron argentinos y, posteriormente, en la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires desde 1961, militares de 14 países, inclusive de Estados Unidos, en calidad de estudiantes; luego los franceses capacitaron a los militares estadounidenses a través de Pierre Messmer y Paul Aussaresses quienes fueron nombrados en la agregaduría militar en Washington, de la que dependían diez oficiales de enlace, todos veteranos de Argelia y fueron distribuidos en distintas escuelas militares estadounidenses. Los militares estadounidenses diseminaron lo aprendido a los franceses a través de la Escuela de las Américas, entre ello, la formación de organizaciones paramilitares. Se calcula que en la Escuela de las Américas (US Army Scholl of the Américas. USARSA), sin ser la única dedicada a tales propósitos, 100.000 militares latinoamericanos fueron formados allí, entre ellos, 4.629 colombianos, solamente entre 1950-1970.
Ahora, con la prolongación durante décadas del conflicto armado y aunque las causas que lo originó prevalecen con mayor intensidad en la actualidad, dado el andamiaje superficialmente descrito anteriormente, las élites colombianas más retrogradas, a pesar de realizar acciones profundamente macabras, oscuras y perversas, encontraron el camino (orientados y dirigidos por los señores de la guerra), no sólo para insertar algunas ideas, en favor de sus privilegios, a las grandes mayorías del país, generando un proceso de desacreditación de todo movimiento social cuya bandera de lucha sea el desarrollo colectivo (aunque se usen las ideas como la herramienta precursora); también para construir un ciudadano de las urbes pasivo en donde la construcción racional colectiva de la sociedad, política, se lleve al punto del escepticismo, conformismo e individualismo –sea cual sea su razón- girando inconscientemente alrededor de la indiferencia, apatía, indolencia, menosprecio e irrespeto al otro; y con ello, dándole un giro catastrófico a la posibilidad de edificar justifica social en Colombia, que sin duda es la base esencial de un estado armonioso que tienda a la igualdad social, y con ello la finalidad de cualquier proceso social progresista.
Es así que en estos momentos, lo que está en cuestionamiento son esas ‘formas de lucha’, metodologías, caminos, como queramos llamarle, tomadas por los sectores que dicen ser progresistas, de izquierda o luchadores sociales para revertir esa realidad, de acuerdo al análisis de muchos –y podemos estar equivocados- , no sólo han fracasado, también han impuesto restricciones sociales muy marcadas en el ámbito psicológico y sociológico al proceso de construcción social, a ese camino nuestro y por lo tanto único que debe partir de las condiciones propias y particulares de Colombia, procurando las pretensiones sociales, culturales y económicas que el pueblo pide a gritos. Pues nuestros desaciertos le ha facilitado al sistema imperante el imponernos y someternos tajantemente a la dinámica de sus intereses.
Dado lo anterior, es evidente la reflexión en diversos ámbitos, entre ellos, el pensar, pues en algún momento lo hicimos, en la edificación de una sociedad simplemente más justa, socialmente hablando, a través de un salto drástico que pusiera fin a la situación de pena, zozobra y precaria de nuestro pueblo; ahora debemos pensar en un largo y tedioso proceso hacia su búsqueda, el problema está en que no sólo no hemos tomado ese camino, sino que somos un obstáculo abierto y definido para los otros procesos de Latinoamérica. Por lo que quizás estamos en un momento histórico en donde debemos tomar decisiones conscientes que nunca hubiésemos creído tomar en el pasado, en aras de no salirnos del ámbito humanista y encaminarnos en dicho proceso.
¿Cuánto humanismo nos queda? ¿Es preferible continuar generando alrededor de 250 mil desplazados y 750 directos e indirectos lesionados anuales por el Conflicto Armado y cada quien ‘tirando cada uno por su lado’? ¿Podremos llegar a pensar en la reinstauración moral y democrática de Colombia sin el contexto actual de guerra, con ello el establecimiento de otras Condiciones Sociales en donde comencemos a pensarnos, como base, un país sin odios, resentimientos, sectarismos, rencores e intransigencia?
Deyber A. Ramirez
alex.ramqui@gmail.com
Nota: Opiniones de nuestros columnistas invitados no pertenecen ni reflejan necesariamente las opiniones de la Representante Ángela Robledo.